Annie

Yo honestamente nunca pensé en migrar a Ecuador, nunca estuvo dentro de mis planes. Siempre, desde muy chama, tenía la sensación de querer más, de sentir que Venezuela no evolucionaba, sino todo lo contrario. Yo me acuerdo que cuando me gradué a los 17 años, lo primero que hice fue salir del país, a Estados Unidos por seis meses. Siempre quise vivir en algún lugar que me brindara estabilidad, puertas y oportunidades. No es un secreto para nadie que desde que murió Chávez, ya incluso con Chávez, Venezuela fue deteriorándose poco a poco; pero con su sucesor Maduro, las cosas se complicaron aún más porque creo que no es una persona capacitada para el cargo.

Mi hermana gemela fue la primera en venir a Ecuador cuatro años atrás. Vino de luna de miel y se enamoró de Ecuador; al mes ella y su esposo, se fueron de Venezuela y se establecieron en Quito. Mi hermana se trajo a mi mamá, que es diabética y había un tema súper difícil para conseguir la insulina que necesitaba. La partida de mi mamá no era una opción; si se quedaba podía morir porque en mí país no hay medicinas.

Yo me quedé sola en Venezuela; me daba un poco más de tranquilidad estar sin mi mamá porque la única responsabilidad que tenía era yo misma. Entendía que las cosas estaban muy difíciles, había muchas protestas y cada vez más dificultades para conseguir alimentos, pero ir a Ecuador no era una opción para mi. Yo quise aprovechar ese tiempo para producir todo lo posible y ver qué oportunidades había en Argentina y Colombia, que conocía y me gustaban.

Pero las cosas se pusieron mucho más graves, empezaron a matar a estudiantes, a meter presa a demasiada gente. Mi trabajo quedaba en El Rosal, que funcionaba como un centro de reunión de todas las marchas y protestas de la oposición en Caracas. El edificio donde yo trabajaba estaba justo pegado a la autopista y todas las bombas lacrimógenas se metían en las oficinas. Hubo muchas veces en las que tuve que quedarme casi hasta el amanecer en la oficina porque era imposible salir de allí. Yo pensaba que eso no era vida y que no merecía estar así.

Yo viví el colateral de la abundancia de Venezuela. Logré tener dos trabajo, pude viajar todos los años e incluso pagué la universidad de mi hermana pequeña. Yo me acuerdo que con un sueldo mantenía mi casa y con el otro, ahorraba y le pagaba los estudios a mi hermana durante sus cinco años de carrera. Tuve la oportunidad de trabajar en tres canales de televisión nacionales y en una cadena internacional que llevaba el grupo HBO, donde estuve haciendo carrera durante cinco años. Luego me pasé a una productora y fui gerente de operaciones, el puesto soñado. Fue ahí cuando tuve la sensación de que lo estaba logrando. Pero luego hubo un cambio tan radical porque ya ni siquiera con dos trabajos me alcanzaba.

Llegó un momento en el que llevaba tres semanas comiendo lo mismo porque no conseguía carne ni pasta, entonces era yuca en la mañana y en la tarde. Era una situación insoportable, no aguanté más y le pedí a mi hermana gemela que estaba en Ecuador, que me sacara de ahí. Ella me ayudó con el boleto aéreo hasta Bogotá, pero de Bogotá a Quito tuve que ir en bus. Metí en una maleta lo que cabía, literalmente, tampoco tenía mucho. Me acuerdo que entre mi liquidación, las cosas que vendí, logré reunir 70 dólares. Yo tuve suerte porque ahora la gente se viene caminando; la necesidad te lleva a eso, a no pensar en lo que pueda pasar, sino a salir e irte. Yo digo vulgarmente, el país te da un patada, te saca a patadas. Durante el viaje es inevitable pensar en todo lo que estás dejando, es inevitable sentir tristeza al entender que ya no hay forma de vivir en Venezuela.

Cuando llegué al terminal de buses de Quito, tenía un año y medio sin ver a mi mamá y sin ver a mi gemela. Una de las cosas que todavía me sigue causando un nudito en la garganta, es que lo primero que me dijo mi hermana cuando me vio fue “¿qué te pasó?”. Somos gemelas, somos dos gotas de agua y ella estaba normal y yo súper flaca, demacrada por no poder dormir, con la piel brotada por los gases lacrimógenos. Ella me miraba y repetía “¿qué fue lo que te pasó?”; es que uno no se da cuenta del deterioro que sufre en el intento de sobrevivir en Venezuela.

Al llegar a Ecuador, todo fue súper fuerte para mí. Lo primero que me pasó fue que entré a un supermercado y me dio un ataque de ansiedad porque dije cuando dejamos de ser así, cuando mi país dejó de existir un producto con mil marcas, un jabón o pasta de todas las marcas, cuando dejé de tener esto. Pienso que la necesidad te hace acostumbrarte y cuando llegas a un país que lo tiene todo, entras en shock. Yo llegué con trabajo, con el que tenía en Venezuela y me puede mantener durante cuatros meses. Eso me dio la oportunidad de poder alquilar un espacio con mi mamá; mi hermana se pudo mudar con su esposo y por fin vivir su matrimonio. Yo me logré traer a mi otra hermana, que seguía en Venezuela.

Yo me siento en casa pero me costó muchísimo. Habían pasado seis meses y me sentía como prestada en un lugar que no me pertenecía; me sentía ajena a la rutina y a la vida, sobretodo cuando me quedé sin trabajo y empecé a buscar uno acá. Encajar dentro de la sociedad ecuatoriana me costó, no porque me rechazaran sino porque la cultura es diferente. En Venezuela, todo es como muy en automático, la gente anda demasiado acelerada; aquí es súper tranquilo.

Hoy en día trabajo en Diálogo Diverso, una organización que me da la oportunidad de trabajar en mi área, desarrollándome en lo que yo conozco y disfruto. Creo que empiezo a sentirme en casa al tener un trabajo que me gusta, en un espacio en donde sé que nunca me voy a sentir rechazada por ser gay. Yo salí del clóset muy chama, cuando tenía 16 años. Yo nunca lo oculté, seguí creciendo con el apoyo de mi familia, gracias a dios, y con el soporte de las personas que se quedaron a mi lado. La gente sabía que era gay, que tenía mi novia; yo nunca sentí rechazo hacia mí. Entonces, saber que en Ecuador estuvo penalizada la homosexualidad, que hubo gente presa y que murió porque eran homosexuales, me desgarra la vida.

Yo no era una activista de los derechos humanos, pero siempre estuve cercana a estos movimientos en pro de la defensa. Ahora sí, incluso trabajo permanentemente en una fundación que defiende la comunidad GLBTI y sus derechos, sin importar su nacionalidad. Yo creo que todos tenemos el derecho a ser respetados, valorados y que no se vulneren ninguna de nuestras razones de vida.

Hay muchas cosas buenas que el Ecuador me ha traído, entre ellas justamente descubrir mi lado activista. Me enamoré de defender los derechos de la comunidad GLBTI y de los venezolanos. Yo siento que tengo la oportunidad de ser la voz de muchas personas que no pueden pararse y decir, yo soy gay. Tu no decides ser homosexual, tu te enamoras y te enamoras sin fronteras, sin un patrón, sin distinguir el sexo porque te enamoras de la persona. Quiero una sociedad en la que exista respeto, respeto a pensar diferente, respeto a sentir de manera distinta.

Yo quisiera estabilizarme económicamente pero estoy viendo otras oportunidades fuera de Ecuador, con todo lo que me gusta este país. Lastimosamente, aquí he sentido mucho freno para evolucionar; trabajo, trabajo y trabajo y no logro echar raíz porque soy venezolana y no gano más que un sueldo mínimo; porque soy venezolana y no pude traer mis papeles apostillados, la carrera de comunicadora social que ejercí en Venezuela por doce años no tiene valor. Las oportunidades de trabajo cada vez son menos y las entradas económicas en casa disminuyen, entonces no me veo por muchos años en Ecuador. Me encantaría decir que sí porque tengo una sobrina que acaba de dar la luz a un bebé ecuatoriana, y mi gemela también acaba de dar a luz en este país; digamos que tengo las razones perfectas para echar raíz aquí. Pero, la verdad es que no veo trabajando y progresando aquí. No, no me veo.

Yo creo que una de las cosas que te deja el emigrar es no pensar tanto en el futuro. Por ahora me veo aquí, trabajando y viendo en proyección a donde ir. Mi papá tiene ascendencia española y está tramitando la nacionalidad; si es que eso se da, yo buscaría la forma sacar mis papeles e irme a España. Tengo mucha gente conocida en Argentina pero honestamente, no sé si Latinoamérica sería una de mis opciones porque me gustaría vivir en un país en donde mi preocupación central no sea pensar en que si entra un nuevo presidente todo va a acabar.

Yo diría que no soy feliz porque todavía tengo a mi papa allá. Él es abogado pero es de las personas que piensa que el país va a mejorar y que debe estar allá para verlo; entonces no hay manera de que salga de Venezuela. Siempre le digo que aquí puede trabajar, pero obviamente no es verdad porque en Ecuador no va a poder ejercer como abogado y ya con los años, las oportunidades son diferentes. Yo le tengo mucho respeto a su decisión. Nosotros le mandamos plata, pero no es lo mismo. Mi papá es incapaz de decirnos que está comiendo mal o que no puede conseguir alguna cosa. De repente, conseguimos a alguien que le compre un pollo y él nos comenta, “tenia 3 meses que no me comía un pollo a la plancha”. Él no está bien y eso nos mata. A mi me ha pasado, más de una vez, que estoy comiendo y no me pasa la comida, pensando en cuanto tiempo tiene mi papá sin comer lo que yo estoy comiendo.

Migrar es muy jodido. La gente piensa que llegas a un país y tienes un montón de oportunidades. El que migra tiene que pensar que en un país que no es el tuyo, comienzas desde cero. Por fin, después de un año y medio, estoy haciendo algo que me gusta porque yo he trabajado limpiando cocinas, en ferias, de mesera, en lo que me ha salido.

Yo creo que todos los venezolanos pensamos en volver siempre, dentro de nosotros está ese hilito. Yo quisiera que mis hijos vivieran lo que yo viví en mi país. Eso es lo que sueña todo mundo, tener un país propio y volver a casa. Nosotros tenemos la casa bajo llave, tenemos nuestro techo. Nuestras cosas están como en pausa, a la espera de ver que pasa.

Siento que hay muchas cosas que se han hecho intangibles, cosas que algún momento soñé y ahora están en pausa. Y bueno, la vida sigue y yo no me puedo parar, necesito seguir avanzando y aprovechar las oportunidades que me da la vida para poder lograr lo que está en pausa. Es una vida intermitente, creo que esa es la vida del venezolano.