Valeria

Yo nací en Caracas, en septiembre. Este año cumplo 27 años, no puedo creer lo rápido que pasa el tiempo. Me gradué de publicista y empecé a hacer pasantías en un canal; iba en la mañana a la universidad y en las tardes a las prácticas. Me quedé en el canal algún tiempo como asistente y de ahí pasé a ser la productora de un nuevo programa grabado y de un segmento de revista en vivo. Estuve en esos dos proyectos hasta que renuncie para venir a Ecuador.

Mi novio se llama Víctor y es ecuatoriano; él heredó la nacionalidad: la mamá es venezolana y el papá es ecuatoriano. Este año cumplimos 9 años juntos; nos conocimos por un amigo en común antes de entrar a la universidad. Desde muy de pequeñita yo viví en Valencia, pero nos mudamos a Caracas a vivir con mi abuelo materno cuando mi abuela falleció. Mi abuelo se quedó solo en una casa inmensa, y mi mamá me mandó a mi primero y espero a que mi hermana terminara el colegio para mudarse.

A mediados del 2016, mi novio decidió hacer todo el papeleo para obtener la nacionalidad ecuatoriana. Yo le había dicho hace tiempo que debíamos salir de Venezuela porque todo el mundo se estaba yendo y porque la cosas eran complicadas. Yo vivía bien, tenía todas las facilidades pero poder ir al supermercado únicamente los lunes porque mi cédula terminaba en uno, no es lo que yo quería.

Mi novio es ingeniero de sonido y trabajaba en una productora de eventos, le estaba yendo muy bien. Él no sentía la diferencia; yo tampoco porque vivía con mi familia y solo pagaba la gasolina y mis cosas. Cuando decidimos salir de Venezuela, él renunció a su trabajo en diciembre y yo en enero. Compramos los pasajes y hasta que nos fuimos en el mes de marzo, fueron despedidas en todos lados. Yo no me sentí triste por irme porque le veía como una nueva experiencia. De mis tres hermanos, yo fui la primera en salir; el resto de la familia, sobre todo del lado de mi papá, casi todos estaban afuera.

Víctor salió de Venezuela con su pasaporte ecuatoriano. Yo como soy extranjera necesitaba sacar visa; entonces hicimos una unión libre para que yo pudiera tener una visa indefinida. Tener esta visa es una maravilla porque no hay necesidad de renovarla y los cambios que hacen no me han afectado en absoluto.

Nosotros llegamos a Quito a casa de la familia de Víctor por el Comité del Pueblo, una casa inmensa, hermosa, donde nos recibieron bien. Luego nos mudamos a una suite por el San Gabriel. Como el trámite de la visa demoró aproximadamente dos meses, trabajaba en lo que saliera, de promotora de restaurantes y sirviendo tragos en discotecas. No me quejo pero definitivamente no me gustaba. A mi no me gusta ser promotora, no me gusta trabajar en bares, no me gusta ese tipo de trabajos.

Fui a un montón de entrevistas, unas eran pura estafa y otra eran raras. Me entrevistaron en el Club Rancho San Francisco y me ofrecieron el puesto de asistente de atención al socio. Se supone que yo era asistente de atención al socio pero me pusieron a la entrada del club, donde es seguridad. Yo le decía a mi jefa, no entiendo por qué tengo que estar en seguridad si yo soy tu asistente. Ella me respondía que era para que los socios me vieran ahí en la entrada, como una presencia.

Yo abría y cerraba las puertas del club, ganaba el sueldo mínimo más comisiones. Nadie me hablaba, yo decía buenos días y nadie me respondía. Yo preguntaba algo y me dejaban con la palabra en la boca, por ser extranjera o no sé, por ser mujer. Al mes y medio, yo ya no quería estar ahí porque no tenía contacto con nadie. Yo estaba súper incomoda y le pedía a mi jefa que me diera horas extra porque no me alcanzaba el dinero y Víctor no conseguía trabajo. Me botaron justo el día que cumplía los tres meses porque el día anterior despidieron a mi jefa, una mujer hermosa y excelente profesional.

Una semana antes, Víctor se había ido a Venezuela porque le detectaron cáncer a su papá y estaba grave. Yo no conocía a nadie, no tenía ni un dólar encima. A los cinco días, un socio del club me contactó para hacerme una entrevista para el puesto de recepcionista en la Universidad Internacional. Quedamos en que me iban a entrevistar en el campus de la universidad. Yo no tenía ni idea dónde era porque hasta ahora yo no salgo sola porque me pierdo, no sé salir sola. Fui a la entrevista y la verdad, creo que trabajar en la universidad es lo mejor que me ha pasado. Estuve en recepción unos meses, luego pasé a rectorado. La universidad me encanta y aquí me he refugiado.

A mi lo único que no me gusta de aquí es que la gente es muy cerrada y machista. Yo saludo con todos, hablo con todo el mundo y mucha gente piensa que le estoy sacando fiesta. En la calle es incómodo, piensan que como somos mujeres y como venimos solas o estamos solas, creen que uno es cualquier persona. No. Yo vengo de una familia, yo tengo mi casa, mis cosas; simplemente salí por algo mejor.