Lucia

Yo emigré de Venezuela en el 2009, luego de graduarme de ingeniería en computación en la Universidad Simón Bolívar. Gané una beca para hacer un posgrado en Japón. Durante los años que estuve en Japón estudiando un MBA, la experiencia en general fue increíble; aunque gradualmente seguía escuchando como la situación en Venezuela estaba empeorando cada día.

Luego de terminar el MBA, como los prospectos en Venezuela no eran muy prometedores, decidí buscar trabajo en Japón. Conseguí en la sección de ventas internacionales en una empresa de manufactura de autopartes. Al inicio todo estaba normal, aprendía en el día a día del trabajo las peculiaridades de la cultura de negocios japonesa, que puede ser bastante distinta a lo que en occidente estamos acostumbrados. Por ejemplo, en la primera semana del trabajo todos aprenden el “himno oficial” de la empresa, y aquellos empleados que consideran que el tiempo de tránsito desde casa hasta el trabajo es muy largo, pueden vivir en el dormitorio adjunto de la empresa.

Luego de aproximadamente medio año de trabajar en Japón, la empresa me notificó que como estaban ampliando la sucursal mexicana, me iban a transferir para allá. En ese momento pensé que era una muy buena oportunidad ya que podría estar cerca de casa, en un país con una cultura más similar a la mía. Desafortunadamente, no todo corrió tan bien como yo esperaba.

Para comenzar, la empresa me dijo que en México los trámites de visa de trabajo se hacían estando allá y que por eso a todos los expatriados los llevaban con visa de turista para luego tramitar la laboral. Como yo tengo doble nacionalidad, venezolana y portuguesa, decidieron que era más conveniente que yo ingresara al país con mi pasaporte portugués, debido a que la ley mexicana otorgaba a los europeos una mayor estadía de turismo.

Ciertamente, los nuevos expatriados japoneses estaban en las mismas condiciones, todos con status de turista. Yo era la única en calidad de “nueva empleada”, los demás eran todos gerentes y cargos aún mayores. Llegando a México (la empresa estaba en un estado pequeño, no en la capital), todos entregamos los papeles de aplicación a visa a la firma de abogados de la empresa.

Pasó un mes y nos dijeron que los trámites se estaban demorando, por lo tanto a todos los “nuevos expatriados” nos tocó cobrar el salario en cheque, fuera de la nómina de la empresa. La situación se me hizo muy incómoda; como turista no tenía derecho a abrir cuentas bancarias por lo que tenía que cambiar el cheque en efectivo en el banco, y literalmente cargarlo en mi bolsa tomando transporte público hasta la vivienda que la empresa me había asignado.

Antes de pensarlo, transcurrieron tres meses. La situación era extremadamente estresante, no sólo temía por mi seguridad pero también por el hecho de que la situación de migración legal no se concretaba y eso me parecía fraudulento.

No mencioné hasta ahora que al llegar a la sucursal mexicana, el presidente interino (un señor japonés de muy “vieja escuela” ) siempre hizo muy público su rechazo a mi transferencia y su repudio a mi origen. Aparentemente él había estado en Venezuela y había sido víctima de la delincuencia, lo que no dudó en comentar a la mayoría de los empleados. Por primera vez en mi vida, sentí que mi origen era usado como motivo despectivo en mi contra, y desafortunadamente me sentí impotente, sin armas con las que enfrentarme a esa situación.

Una mañana, luego de tres meses de trabajar en la sucursal mexicana, la chica de recursos humanos llegó agitada y dijo que agentes mexicanos de migración estaban en la planta, que había que sacar a todos los inspectores y gerentes japoneses, que estaban sin visa, antes de que las autoridades los notaran. Llenaron la vagoneta de la empresa con todos los inspectores, aproximadamente diez. A mi me tocó literalmente salir por la puerta trasera y caminar varias cuadras hasta una tienda cercana, y esperar a que migración se fuera.

Luego de ese día y como por arte de magia, a todos los expatriados japoneses les otorgaron la cita para el trámite de la visa. La única persona que no había conseguido la cita había sido yo. Tuve que escuchar al presidente de la empresa decir que mi nacionalidad era un problema – y yo ni siquiera había entrado a México como venezolana, mi ingreso fue con mi pasaporte europeo.

Al día siguiente, llamé al trabajo diciendo que me sentía mal y fui a la oficina de trabajo mexicana a reportar mi caso. Les dije que no estaba de acuerdo con mi situación y que no era mi voluntad estar en la situación en la que me encontraba, que yo fui con una oferta de trabajo y se me estaba incumpliendo. El funcionario me dijo que en ese estado mexicano, prácticamente la mayoría de las empresas automotrices japonesas operaban de ese modo; y que yo estaba de forma legal en el país como turista, sólo que no debería trabajar o cobrar sueldo. El sentimiento de impotencia que sentí fue tal que al día siguiente, terminé amenazando a todos los gerentes con ir a ambas embajadas (portuguesa y venezolana) y denunciarlos por tráfico de trabajadores. Ese mismo día llamaron al despacho de abogados a que me entregaran mis papeles y me permitieran ingresar la petición de visa directamente en la oficina de migración. En menos de un mes tuve la visa laboral lista.

Luego de tener una condición legal, renuncié a la empresa japonesa y trabajé un tiempo en la ciudad de México. Aunque hice muy buenas amistades en el país y la gente siempre fue muy afable, por cuestiones de seguridad decidí irme de México e intentar buscar trabajo en Europa, aprovechando mi doble nacionalidad. Regresar a Venezuela cada vez era menos opción.

Desde el 2016 estoy viviendo y trabajando en Inglaterra. Escuchar las noticias de Venezuela cada vez me angustia y entristece más, sobre todo porque mi familia aun está allá. En Inglaterra es poca la gente que conoce la situación de Venezuela y cuando intento explicarles les parece increíble que una crisis así esté ocurriendo en este siglo.